Opinión | Pedro Expósito.- Como si de un cuento se tratara, os vengo a hablar de un entrenador al que todos conocemos y al que no es necesario ni tan siquiera citar. Érase una vez un técnico que ya no está, un “problema” que se solucionó por la vía rápida, una persona a la que nunca se le agradecerá su trabajo diario, un hombre que amará unos colores toda su vida.
Decían de él que era ultradefensivo, cuando su equipo estaba a un punto del playoff de ascenso, era el tercer conjunto más goleador de su competición y había ganado siete partidos, por tres derrotas.
Empataba mucho, decían. Y no era mentira, diez veces había firmado tablas en una liga con una competitividad enorme en la que lo más lógico era, precisamente eso. De hecho, el líder de esa liga, llevaba los mismos empates que su escuadra.
Decían que no jugaba a nada. Que su “equipo ofreció un esperpento” y que por sumar un punto de seis posibles en casa, pese a estar metido en playoff, debería dimitir. Tres mil personas, en un estadio muy gris, lo dijeron a viva voz.
Se marchó sin hacer ruido, sin cobrar todo lo que se le adeudaba, perdonando mucho por amor a unos colores, a una entidad y a una ciudad. Nunca se lo agradecieron como tal vez se debía. Un presidente, si se le puede llamar de esa manera, que ya no está, llegó a decir que lo echaba de menos.
Porque ese entrenador no era un simple entrenador. Eres un hombre de club. Fácil de poner, por su enorme predisposición a ayudar y a trabajar de verdad según quienes lo conocen, y fácil de echar precisamente por lo anteriormente citado.
Se marchó y volvió a triunfar, o en ello esta. La categoría es menor, su dedicación no. Los resultados ahí están.
En su nuevo club no llegó impuesto, ni está contra la voluntad de nadie. Diseñó su plantilla, como lo hizo en su anterior club, la dotó de identidad, instauró un gen ganador. Le dejan trabajar. Es líder, la afición cree en él.
En su anterior club se vive bajo la improvisación, se convive con un entrenador / director deportivo, impuesto a la nueva directiva, al que no se puede despedir. Se empata. Se vive a un punto del descenso. No se tiene identidad y su gente no cree. No creo en casualidades.
Érase una vez un entrenador…
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