Opinión | Israel Josué.- Como cada fin de semana muchos padres, familiares, amigos y demás personas nos citamos en los campos de fútbol apoyando a los numerosos equipos que disputan alguna competición, ya sea federada o no, para ver a esos locos bajitos que nos deleitan con el balón haciéndonos ser partícipes de sus triunfos, derrotas o empates.
Pero siempre, como en todo, tenemos un pero. En la puerta de acceso de algunas instalaciones de las provincias, no hay que generalizar, nos encontramos con un directivo del club -que en la mayoría de los casos suele ser el tesorero – que nos pide un donativo para poder acceder a las instalaciones. Un donativo que tiene algo de trampa ya que si echamos mano a la Real Academia de la Lengua Española esto se define como “entrega voluntaria de algo, sobre todo con fines benéficos, limosna” y no es exactamente lo que sucede.
Y es que muchos de estos carteles o letreros de donativos, que nos encontramos en la entrada, ya llevan acompañado un precio al lado. En algunas poblaciones es un euro, otras dos, otras hasta tres… En ese tema pantanoso no me voy a meter porque cada club o entidad es libre de poner el precio que ellos estimen conveniente, faltaría más, pero es que si pagamos lo que nos estipula, ya no es un donativo sino que hablamos de una entrada disfrazada de esa palabra.
Muchas personas, ya puestas en el tema y documentadas, se niegan a abonar este precio, ya que dicen que está prohibido hacerlo porque que son escuelas municipales – o equipos de categorías inferiores subvencionados con ayuda municipal – que además de tener estos convenios, algunos, están subvencionados por terceros.
Por eso creo que debería no se debería cobrar la entrada para presenciar fútbol base. Si bien es cierto que estoy de acuerdo en que, con ese acceso gratuito, se pueda colaborar con un donativo para que de ahí el equipo realice sus pagos arbitrales, material deportivo y que los chavales sigan practicando este bonito deporte que los hace felices, a ellos y a nosotros, llamado fútbol.